La letra “N” siempre será la letra más puntiaguda del
abecedario. Y es que, durante mi vida me
crucé con tres agujas, “No” la más pequeña, “Nada” la más alargada y “Nunca” la
más afilada, la más dolorosa, la más odiada.
Y en la planta de los pies se me
clavaron.
Alguna que otra vez soñé que ellas acababan apoderándome,
metiéndose dentro de mí y acabando conmigo. Entraban por mi boca, una tras
otra, primero “No”, seguida de “Nada” y al final “Nunca”. Instantes después se
pasean por mi garganta, entre risas y bailes, burlándose de mí. Y es la
sensación más terrible del mundo. Me arañan la piel sin pudor alguno, se
columpian en mis cuerdas vocales. Y no puedo gritar, ni formular palabra.
Solo sangre en la garganta, lágrimas en
los ojos. Y entonces, acaban acomodándose en mi pecho, entre mis pulmones y mi
corazón, bailando sin parar esa melodía que acaba por ser mi perdición. Y ríen
mientras me tratan como muñeco de vudú, mientras me agujerean por dentro,
mientras me llenan de recuerdos dolorosos y me dejan ahogándome en ellos. Y
lentamente muero, con sus risas de fondo.