domingo, 4 de marzo de 2012

La cajita de la bailarina.

Y aquella tarde, casi sin querer, volvió a cruzarse con esa caja. Estaba llena de polvo, escondida en el fondo de un cajón, escondida porque un día el miedo de volver a abrirla la inundó.
Pero ella actuó como si hubiese olvidado ese miedo, supongamos que eso es lo que ella cree, o quiere creer, que había olvidado el dolor.
Acarició la superficie de la caja de madera, cubriéndose de polvo las yemas de sus dedos, y la abrió, con delicadeza.
Entonces, la preciosa bailarina que habitaba en su interior volvió a moverse, tal y como  recordaba. Con lentitud y elegancia, dando vueltas sobre sí misma. Con la mirada perdida, un tutú gris y los labios pintados. Tan pálida como la porcelana de la que estaba hecha. La triste melodía que emitía la caja hacia que su corazón se encogiese.
Se tropezó entonces con una entrada del cine. Su más preciada entrada del cine. Y no por la película, porque ella no recordaba ni sobre que trataba.  Era esa película en la que él la rodeo con el brazo con la excusa de un bostezo, en la que no le soltó la mano en ningún momento. En su garganta comenzó a notar ese nudo que nos impide hablar, pero ella siguió contemplando las pruebas que esa caja le tenía guardadas.
Y la triste melodía seguía sonando.
No mucho después, la pulsera que le regaló su antigua y fiel compañera de tardes que dejan un dulce sabor. La pulsera que fue fabricada con conchas de la playa de un verano de esos que parece que no acababan. Uno en los que cada día era una aventura, y en los que las risas no tienen fin.
Y la triste melodía seguía sonando.
Justo debajo una carta de despedida. Con pétalos de una rosa marchitada encima. Una carta de esas que están plagadas de faltas de ortografía, en las que las letras están más que desordenadas, como la imaginación de la niña que en este caso la escribió.
<<Nunca te vamos a olvidar, vayas donde vayas un pedazo de ti siempre estará cerca nuestro>>
Y la triste melodía seguía sonando.
Lo último que encontró (o quiso encontrar) la dueña de todos estos trozos de pasado fue un billete de avión. El recuerdo más amargo de todos.
Y entonces se nubló su vista. Y como si las lágrimas fuesen imágenes, ella recordó momento día tan subrayado en el calendario de sus nostálgicos días.
Y la triste melodía seguía sonando.
Y con el peso de su gran impotencia en la espalda, ella tiró la caja al suelo. Con rabia,maldiciendo no poder revivir todo aquello que yace muerto en la caja. Sus lágrimas empapaban su rostro mientras una foto plagada de sonrisas escapa de la melancólica bailarina, que seguía dando vueltas, como si nada de aquello hubiese pasado.

7 comentarios:

derramada dijo...

Muy bonito blog.
Tu nombre de usuario proviene de Sum 41, quizá? ;)

Elisa Sestayo dijo...

¡Qué bonito relato! Es tan real...
Yo también guardo una caja con pequeñas tonterías que significan muchísimo para mí, y también me da miedo abrir la caja y que el pasado me atrape.
Me ha encantado, precioso.

Un beso <3

Yolanda Paredes dijo...

Es simplemente precioso.
Creo que todos tenemos algo así, aunque no sea una caja o algo físico, en una parte de nuestra mente está ese rinconcito para todos esos sentimientos :3

Lucia's Box dijo...

La cajita de recuerdos,así es como llamo yo a la mía,pero es bastante menos dolorosa(al menos la gran parte)y no es tan bonita.
Precioso,como siempre,no me esperaba que fuese a tratar de eso,me ha encantado.

Unknown dijo...

La mía no tiene bailarina. Es una caja de zapatos. Y no, yo no tengo billetes de avión, solo tengo promesas rotas y palabras vacías que bocas ya enmudecidas dijeron. Es algo igual de triste. Para mí al menos.

Maria Happy dijo...

MUY BONITO, sigue escribiendo y pasate por mi blog muchisimos besos Y VIVA QUEEN

Maria Happy dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.